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La nominación al Óscar como mejor película extranjera de El abrazo de la serpiente cierra con broche de oro un año maravilloso para el cine colombiano y sirve de justo reconocimiento a la inversión que en el séptimo arte han hecho la empresa privada y el Gobierno Nacional. El siguiente reto, no menor, es convencer a los colombianos de que vale la pena ir a los cines a ver las producciones nacionales.
No deja de ser impresionante que en Colombia se haya apoyado una producción de la calidad de El abrazo de la serpiente. Filmada en blanco y negro, con el Amazonas como su escenario y protagonista, y en parte hablada en dialectos indígenas, la película de Ciro Guerra es una declaración sin restricciones de amor al cine, a nuestro país y al Amazonas. También, no sobra decirlo, es un llamado de atención, un argumento apasionado que busca interrumpir la indiferencia que lo ancestral parece producir a la mayoría de Colombia. “Para un colombiano, no existe nada más desconocido que el Amazonas”, dijo Guerra después de recibir el Art Cinema Award en el Festival de Cannes el año pasado. Tiene razón.
Esta nominación es una muestra más de aquella triste paradoja: en el exterior parecen saber apreciar más la magia y el potencial de Colombia que los mismos colombianos. Sólo 107.998 espectadores fueron a ver El abrazo de la serpiente en los cines nacionales. ¿Por qué, si semanalmente cerca de un millón de personas van a las salas de cine, las producciones colombianas, salvo contadas y muy particulares excepciones, no capturan la atención?
La era dorada del cine colombiano corre el riesgo de convertirse en un fenómeno restringido a un nicho elitista. El dinero para hacer grandes cosas, así como el talento, claramente existen. Sin embargo, es evidente el contraste amplio que hay en las películas colombianas: o son un producto con aspiraciones claramente comerciales y sin mucho corazón, o son obras artísticas con una visión que debe celebrarse, pero sin tener en cuenta al público. Existe un punto medio. Países como Argentina, Chile, México, Francia, India y otros han demostrado que hay historias que venden mucho sin comprometer la voz de los directores y guionistas y sin apelar al entretenimiento facilista de los estereotipos. Para allá debemos ir.
Pero ya habrá tiempo para pensar en ello. Por ahora, que una película colombiana haya vencido a los ojos de la Academia a las de esos países que por lo general son los que compiten, es un abrazo de esperanza. No sobran las alabanzas para Guerra y su equipo. Este hecho histórico debe verse como el reconocimiento de algo que se ha venido gestando por varios años: el cine colombiano es de talla mundial.
En esto hay que agradecer a los gobiernos que han apostado por el cine a través de incentivos, subsidios y exenciones de impuestos para las producciones. También hay que celebrar la decisión de Caracol Televisión de invertir en proyectos cinematográficos valientes como este. Este triunfo también es de las personas que, con las uñas y con pasión, han creado festivales de cine, grandes y pequeños, en todo el territorio nacional. En esos espacios se están gestando los futuros triunfos del séptimo arte colombiano. Y, por supuesto, gracias a Guerra y a su equipo por demostrar que hay mucho más por contar y descubrir en este país. Merecido abrazo recibieron de los Óscar. Y se vale soñar.
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